Por los senderos del Páramo: conservación a gran altitud
- Giacomo Porra
- 23 dic 2023
- Tempo di lettura: 5 min
(ARTICULO PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN ITALIANO EN RADAR MAGAZINE)
De repente, el bosque, húmedo, verde y rebosante de vida, se acaba. Los árboles se adelgazan de golpe, la mirada se abre a una extensión dorada, casi surrealista, donde abundan los frailejones. Dejo la mochila y recupero el aliento. He llegado al Páramo. Estamos en el Parque Nacional Natural Los Nevados, en la frontera entre los departamentos de Quindío y Tolima, en los Andes colombianos. Me acompañan Silvio Correa Rojas y Silvia Martínez Zapata, ambos biólogos. Él trabaja para el Parque Nacional y lleva cuarenta años recorriendo estas montañas. Ella trabaja para el municipio de Salento, el pueblo más cercano y una de las principales entradas al parque. Nos conocimos en el camino, mientras subían al páramo para recoger datos y vigilar el estado de conservación de este frágil ecosistema.

"En este parque nacional nacen manantiales que dan de beber a tres millones de personas de cuatro departamentos", me dice Silvia Martínez Zapata, mientras intento seguirle el ritmo. El Páramo es un ecosistema de importancia fundamental, aunque poca gente lo sabe. En Colombia se puede tomar del grifo y el 70% del agua potable del país procede del Páramo. El propio ecosistema ayuda a combatir el cambio climático: se calcula que puede almacenar hasta mil toneladas de dióxido de carbono por hectárea, mucho más de lo que puede captar cualquier bosque.
El problema -continúa Silvia- es que no hay interés público. Crece el turismo, se amplían los pastizales, y los que sufren son los páramos. Es un ecosistema muy sensible que, debido a las bajas temperaturas y a la falta de oxígeno, se recupera muy lentamente de los cambios. Intentamos que no se desborde", afirma.
LAS RESERVAS DE AGUA DEL PÁRAMO ANDINO
La planta más representativa de este ecosistema es el frailejón (Espeletia hartwegiana), tanto que incluso aparece en las monedas colombianas de 50 pesos. Es una de las pocas especies que se ha adaptado a las duras condiciones altoandinas. De lejos puede parecer casi una palmera pero, curiosamente, pertenece a la misma familia que los girasoles. "La importancia de esta planta", me explica Silvio Correa Rojas, "radica en que es la recolectora de agua del Páramo: los pelos de sus hojas captan la humedad y, por efecto de la capilaridad, la planta la transfiere a sus raíces y la fija en el suelo".
En el subsuelo del Páramo existen enormes reservas de agua que dan lugar a innumerables arroyos y torrentes. El frailejón es una especie muy frágil que sólo crece un centímetro al año. "En las zonas menos antropizadas del parque tenemos algunos ejemplares que superan los tres metros: eso significa que han vivido trescientos años".

EL RECORRIDO BIOLÓGICO
Pasamos la noche en la finca La Playa, una cabaña rústica con unas cuantas camas, una cálida cocina con un fuego siempre encendido y la señora Luz, lista para recibirte con un agua panela caliente. A la mañana siguiente nos levantamos al alba y empezamos el camino.
La primera parada es con Enrique, que se autodenomina el mayor conservacionista de Los Nevados. Tiene a su cargo un enorme terreno, conocido como Finca Japón: cientos de kilómetros cuadrados que abarcan todo el valle. "Solíamos tener vacas aquí, hacíamos queso como todo el mundo", me explica Enrique con orgullo, "pero ahora esta tierra se ha convertido en una zona productora de oxígeno y agua para el mundo. Sólo en nuestra finca hay decenas de manantiales'. Caminamos entre los arbustos hasta llegar a un gran agujero entre las piedras del que brota alegremente un nuevo riachuelo.
Seguimos por el sendero hasta llegar a la laguna El Encanto. La niebla se disipa y deja entrever las orillas repletas de frailejones de la helada masa de agua. "Nueve, diez, once... ¿cuántos cuentas, Giacomo?". Estamos observando algunos ejemplares de pato andino (Anas andium), una especie en peligro de extinción que vive en esta laguna. Una vez a la semana, Silvio cuenta su número, evalúa su estado y toma nota de su comportamiento. Poco después, en nuestro camino hacia el glaciar, Silvia observa algunos desperdicios, que recogemos y nos llevamos.
Ya hemos superado los cuatro mil metros: estamos en lo que antes se conocía como campo base. "Hasta hace unos años se podía acampar aquí, para pasar la noche bajo la cumbre del Nevado del Tolima. La naturaleza estaba sufriendo mucho por el turismo masivo de las grandes agencias de Salento. Afortunadamente, conseguimos que se prohibiera. Ahora, si alguien quiere pernoctar, lo hace unos kilómetros más abajo, en una de las fincas que ofrecen alojamiento".

PUNTO DE RUPTURA
Seguimos nuestro camino anotando observaciones, huellas de mulas donde no debería haberlas, más basura. Hasta que llegamos a la base del Nevado del Tolima, a 4860 metros. A partir de aquí es obligatorio llevar cuerdas, crampones y piolet para continuar. La altitud se hace sentir. El glaciar brilla imponente ante nuestros ojos. Un cartel nos dice que éste era el límite de nieve aquí en 1990. Nos encontramos con la señal de límite de 1950 cientos de metros más abajo.
Hoy, los primeros hielos están siendo pisoteados a más de 5000 metros de altitud. Su estado es crítico, y se prevé que desaparezca por completo entre 2040 y 2050. El clima está cambiando, las temperaturas suben y el hielo se derrite. El límite del Páramo también sube y se vuelve inhóspito para los frailejones. El equilibrio se rompe, el agua deja de almacenarse y 38 municipios se quedan sin recursos hídricos. El paisaje cambia, la biodiversidad disminuye. Muchas especies desaparecen porque no tienen tiempo de adaptarse al cambio repentino.
Para limitar los daños medioambientales, algunas poblaciones indígenas de muchas partes de América Latina cierran las puertas de sus territorios a cualquier extranjero, no aceptando ninguna visita ajena. Hay casos en los que el turismo sólo puede hacerse acompañado y por mucho dinero, convirtiéndolo en un turismo elitista, limitado, accesible sólo a un pequeño porcentaje de los habitantes del planeta. Una perspectiva válida, pero ¿es realmente la única solución que nos queda?
Nosotros, como europeos e italianos, no tenemos nada que enseñar en materia de conservación de los entornos montañosos. Es suficiente con ver las condiciones de los Dolomitas, entre el turismo de masas y los remontes que chocan con la realidad del cambio climático. "Lo que hace falta", reflexiono con Silvia mientras subimos al Páramo, "quizá es educación, sensibilización, un acercamiento consciente a la tierra".
Para el ser humano, la naturaleza no es más que un recurso que hay que explotar, del que hay que sacar provecho. Cavar, romper, construir, cultivar, formalizar, sectorizar, comprar, vender. Tan civilizados nos hemos vuelto que hemos construido un sistema socioeconómico totalmente opuesto al mundo natural, disminuyendo cada vez más el continuo entre nosotros y la naturaleza. Este es el legado que nos han dejado nuestros predecesores. Pero tenemos que hacer algo, cambiar. Un pequeño esfuerzo, un pequeño empujón. Haría falta tan poco. Pararnos a mirar el musgo, por ejemplo. Pasear por el bosque con alguien que lo conozca de verdad para poder escuchar las conexiones entre las especies vegetales, los secretos del ecosistema. Así, proteger la naturaleza se convertiría en una tarea imprescindible.
Giacomo Porra



Comments